Hay libros que rasgan el velo de la inocencia sin contemplaciones y te sacan de un empujón del circuito de carreras en el que transitas cada día, a lo bruto, para que descubras la Realidad más allá de tus abismos mentales. El libro de María Salmerón es de esa clase. La gran broma. Pérdida, duelo y transformación es un reseteo salvaje de ideas, creencias e inercias sobre lo divino y lo humano.
Esta mixtura de relato autobiográfico y enseñanzas espirituales porta una mecha que se enciende y estalla con la muerte. Omnipresente en el texto, la figura de la guadaña sobrevuela muchos párrafos para que la mirada despierte al instante y salga del ensimismamiento. La lección de la impermanencia escuece, duele como una puñalada en el corazón del ego, pero se torna necesaria en una historia que atrapa tus miedos más profundos para luego indicarte la salida del laberinto.
María Salmerón es amiga, médico y terapeuta de largo currículum. Su vivencia se maceró durante años en la intimidad. Pocas personas sabían de su experiencia. No todo el mundo tiene los oídos abiertos a según qué verdades. En sus palabras uno puede sentir el dolor lacerante, el sinsentido y el absurdo que brota desde los deseos de la mente, y luego los recursos inagotables que provienen de la conexión con nuestro Ser.
Ella tuvo que poner en práctica todo lo aprendido, como si la vida quisiera comprobar si las lecciones estaban asimiladas, memorizadas y absorbidas hasta el tuétano. Y en su recorrido nos lleva de la mano hacia nuestra esencia y uno termina el libro con una sensación de empoderamiento, como apeándose de un tren tras un viaje estimulante de miles de kilómetros, como después de conversar con un grupo de almas viejas a la luz trémula de una hoguera, imbuido de una sabiduría que se creía enterrada bajo toneladas de ignorancia.
Con La gran broma se relativizan muchas historias personales y se sueltan lastres, como quien se desprende de un saco de piedras. Y sobre todo se aprende, ¿a qué?, a pedir a la divinidad, por ejemplo, a que la gratitud va mucho más allá de una formalidad en el trato, a que uno puede elegir cómo sentirse ante cualquier desafío, y a no tomarse tan en serio todo porque, en definitiva, este tinglado no es más que una gran broma.