A nadie le apetece hablar de la muerte, está claro, pero está ahí, siempre revoloteando, aunque no la veas. Todos creemos que será un evento lejano o algo que les toca a otros, sin embargo, nos acompaña a cada paso y nunca se sabe cuándo llamará a tu puerta, esa es la verdad. Leer sobre la muerte, hacerle un hueco en la conciencia, nombrarla y tenerla presente significa ver el cuadro de la vida al completo. Por eso Tú, la muerte y yo, el libro de Eliana Albeniz, es una lectura necesaria.
Este relato autobiográfico narra la experiencia de perder a alguien que amas sin previo aviso. La tranquilidad se hace pedazos, el orden se altera, y el mundo queda patas arriba. Nadie está preparado para esto. Eliana tampoco, pero tuvo el valor de escribir en medio de la turbulencia emocional, como si las palabras fueran tablas de madera flotantes para no sucumbir a la violencia del tsunami. Pues eso es lo que ocurrió. Una ola que nadie vio venir se lo llevó todo por delante.
Pero tras la tormenta, entre los escombros, la luz del sol se seguía filtrando. La vida no se paraba, había que seguir remando… pese al dolor. Porque el duelo duele y así lo transmite la escritora navarra con frases afiladas y transparentes. Con párrafos como cuchilladas que revelan el sentir de una mujer que también es madre y tiene que sostener a dos almas pequeñas que también sufren y añoran. Albeniz lo cuenta desde una sinceridad sin dobleces.
Y esa sinceridad quizá es lo que ayuda a otros a tomar consciencia, a tocar tierra. Empatizar y ver que nuestra caducidad es algo que comparte toda la humanidad alivia el sentimiento de soledad. Son experiencias que cambian, «si uno trabaja en ello», dice la autora. Las prioridades, el valor de lo que de verdad importa, los abrazos, los momentos de cariño, la ternura, las risas… Intangibles que se tornan joyas ante la perspectiva de la impermanencia.
Albeniz habla de la torpeza de mucha gente cuando se aborda el tema de la muerte. «La lástima lastima», se queja. Caemos en los tópicos. La voz se entrecorta. Es un tema tabú, no hay costumbre. ¡Virgencita virgencita, que me quede como estoy! Vivimos en un apego absurdo a una realidad cuya naturaleza es el cambio. Nos aferramos a lo conocido. Lo desconocido nos aterra, por eso se atascan las palabras, los gestos e incluso las ideas. Y cuando observas a alguien capaz de salir adelante tras un drama inesperado encima te extrañas, pero hay dos opciones: o te enfangas o sigues caminando.
Es lo que nos enseña Eliana, a caminar de nuevo, a pasar del ‘tengo que vivir’ al ‘quiero vivir’, a recoger el aprendizaje de una situación dolorosa y arrojar luz sobre otros, y a cultivar incluso un sentimiento de gratitud por lo vivido y compartido. Leer este libro lo que provoca es un chute de fuerza y ganas de comerse la existencia a bocados. De dejarse de posponer sueños y lanzarse a por ellos, de valorar lo que se tiene y, como dice la autora, de reinventar la vida a cada paso.