El nombre de nuestra editorial no surgió por un simple capricho, pues en sí mismo guarda algunas de las claves que definen nuestra esencia. Solo hay que leer entrelíneas. Reikiavik fue la última palabra que escuché decir a un amigo cuando ya la morfina nublaba su razón y las conversaciones transitaban por universos de fantasía y humor absurdo. Algo en su mente comenzaba a conectar con ese otro lado de la realidad y quizá con ese campo de información en el que pasado, presente y futuro se manifiestan a la vez. Sea como fuere, la palabra quedó flotando dentro de nosotros, como un mensaje oculto cuyo significado solo el paso del tiempo desvelaría. Y así fue.
Reikiavik también es una obra de teatro de un autor que admiramos, Juan Mayorga, donde se relata el campeonato del mundo de ajedrez que allí disputaron, en plena Guerra Fría, el soviético Boris Spasski y el estadounidense Bobby Fischer. Se produce una lucha de identidades, de estrategias, de imaginación, y el dramaturgo busca saber quiénes eran estos personajes, y de qué modo el destino les citó en la capital de una isla volcánica, lejos de todo, para al final encontrarse con ellos mismos y con la verdadera lucha que supone atravesar los miedos y despertar a las verdades más profundas.
Y quizá arriesgarse a morir, como Mikao Usui, un hombre humilde nacido también en una isla, Japón, que buscó el sentido de la vida y se encontró con un satori y la vibración de una energía llamada Reiki. Este término, por lo que simboliza para nosotros, practicantes irredentos y convencidos desde hace años, va dentro de otro sustantivo, Reiki-avik, como si resonara desde las profundidades del espíritu y quisiera llenar de esa luz pacífica y sanadora cada letra. Así, esta palabra ya no es solo una urbe lejana o un deseo que voló por el aire, sino una brújula que señala el norte al cual dirigimos nuestro barco que es esta editorial.
Por eso, esta historia tuvo un viaje iniciático, casi al modo de los rituales reikistas, en el que descubrimos por qué un amigo pronunció esta palabra, como si desde la inconsciencia, o mejor dicho, desde su alma, nos indicara la ruta de un mapa que cambiaría nuestras vidas para siempre. En esa incursión, sin esperarlo, hallamos el que hoy es nuestro logotipo, una escultura marinera llamada El viajero del sol. Un monumento de metal, con el mar de fondo, que simula una barca varada en la costa cuya proa perfila una silueta que alza los brazos al cielo para conectarse con el cosmos.
Es una nave que busca su conexión más elevada, pero que siempre amarra firme en la playa para no perder su naturaleza humana. De este modo, como gentes de mar, nos fiamos de nuestro instinto y nos guiamos por los astros para pescar textos que siguen alimentando nuestra consciencia. Avivamos ese fuego interno que anhela saber cada día más, hacia dentro y hacia fuera, hundiendo los pies en el barro de la existencia, que en ocasiones requiere habilidades de ajedrecista y en otras, cada vez más, la capacidad de soltar lastre y dejar que la marea traiga aquello que necesitamos a cada instante.
Reikiavik Ediciones navega muchas veces por su cuenta, como si tuviera vida propia. Cuando eso ocurre nos transformamos en meros testigos alucinados de la magia que desprende una editorial nacida de una inspiración mística, en sintonía con el amor a los libros y al Reiki, y de cómo esa mixtura nos acerca a textos que son un aprendizaje y un disfrute. Cada vez que nos preguntan por el nombre de la editorial volvemos a sentir la sensación de que no fuimos nosotros los que la eligieron sino que ella, Reikiavik, ya nos había escogido para recorrer juntos este camino. Percibirlo así refuerza nuestro compromiso, nuestra confianza, las ganas de seguir remando y, sobre todo, nuestra eterna gratitud. Gracias. Gracias. Gracias.