Imagina por un momento que eres artista de circo. Llevas una vida bohemia, dura, pero libre, risueña y errante. La empresa es una familia, todos os conocéis, para bien y para menos bien. Un día llegáis a un pueblo. Montáis la carpa, como siempre. Tienes ganas de mostrar al público un nuevo número. Sientes los nervios en las tripas, pero también otra sensación extraña, algo que no te gusta, un escalofrío que no reconoces. De repente, por la tarde, unos sonidos resquebrajan la calma. Parecen petardos, pero no… son tiros. Se escuchan gritos. La gente corre. Preguntas, ¿qué pasa? ¿Qué sucede? Y alguien te dice ¡¡huye, rápido, ha estallado la guerra!!
Ese conflicto era la Guerra Civil Española y el pueblo era Lodosa, en Navarra. Y la compañía que tuvo la mala suerte de arribar a esas tierras justo el 18 de julio de 1936 era el Circo Anastasini. Cada uno buscó refugio donde pudo. Con las prisas se dejaron todo atrás: carpa, gradas, sillas e incluso un elefante. Muchos desaparecieron sin dejar rastro. Otros fueron capturados y usados por el bando sublevado para entretener a la tropa. Su historia quedó enterrada en una fosa común con algunos de sus miembros. Nadie fue a llevarles flores. Y los muertos necesitan flores para saber que quienes siguen vivos se acuerdan de ellos.
Eso es lo que ha hecho Tefi de Paz con su obra Olvido Flores. Un ritual de homenaje a unos artistas que llegaron a Lodosa para maravillar y hacer reír a la gente, y fueron silenciados por el ruido de las armas. Olvido Flores es una pieza de teatro hecha libro que se lee en castellano y en euskera. Un texto donde la actriz y dramaturga pamplonesa fusiona parte de su historia familiar con la del Circo Anastasini. Porque la gran herida del pasado todavía sigue abierta, infectada por el olvido impuesto a lo largo de muchos años.
El texto se sumerge en aquella época para espabilar la memoria de quienes no lo vivieron, pero cuyo ADN conserva parte del dolor vivido por sus abuelos. Tefi indagó para construir un personaje, mitad plañidera mitad catrina mexicana, y tirando de un hilo propio y ajeno se encontró con otras personas que se niegan a pasar página, como los investigadores Eme Nieto, Javier Ayape o la historiadora María José Sagasti. Todos implicados en reparar la injusticia a través de la llamada Memoria Histórica.
En un espectáculo de pequeño formato, la actriz pamplonesa despliega un asombroso ejercicio de teatro de detalle donde lo pequeño, desde una figurita de papel hasta una luna llena o una báscula llena de balas, sirve para transmitir recuerdos y emociones. Ese espíritu que se bebe de un sorbo en una butaca se condensa en este libro, un formato que asegura la ‘inmortalidad’ de lo creado. La obra teatral dejará de representarse algún día, se supone, pero el texto quedará en estanterías y bibliotecas reales y virtuales para cumplir con su misión de sacudir a esas mentes adormiladas.
Al igual que ya hizo con La reina del Arga, donde Tefi se metía en la piel de la funambulista Remigia Echarren, aquí se entreteje el arte escénico y la reparación histórica. Se pueden ver fotos, recortes de prensa, cartas y documentos reales. Las palabras, la música y los gestos tratan de suturar un desgarro que además es personal, pues en la trama también se incluye la trágica historia de su bisabuelo. Un buen hombre represaliado por el fanatismo de aquellos días.
Quizá, a algunos adolescentes y psicópatas adultos de hoy les suene aburrido todo esto. «¡Deja ya de dar la turra con la puta guerra!», escupirán en las redes. Cuando en verdad la guerra solo acaba cuando se sanan las heridas. Todas. Y eso resulta imposible metiendo debajo de la alfombra el dolor acumulado de los que buscan a los desaparecidos. El tiempo no cura las heridas. Esa es una sentencia inmunda. Lo que cura es dar descanso a los huesos, desenterrar la verdad y honrar a los muertos.